Callejón de los malos olores

Desde los inicios de la medicina, se supo que los malos olores podían servir para detectar enfermedades e incluso llegar a enfermar, y es por eso que el museo de los aromas les dedica este callejón de las basuras.

Todos los aromas del museo son voluntarios de oler, es decir, cada uno decide lo que huele y lo que no. Y este es el rincón quizás más voluntario… ¿Te atreves a oler los pies o el pescado podrido?

Visita enológica:

En este callejón de los malos olores vamos a hablar de los defectos del vino.

Desde una maduración deficiente de la uva hasta un mal almacenamiento del vino, pasando por todos sus procesos de elaboración, el vino puede desarrollar defectos, pero hoy en día hay un conocimiento tanto de la viticultura, de la enología y de la conservación que hace cada vez más difícil que lleguen a nosotros vinos defectuosos.

Aquí aparece el azufre como defecto, si bien en el vino es común su uso como conservante, al igual que en cientos de productos alimentarios, en ocasiones un vino recién embotellado puede tener marcado este aroma pero normalmente al dejarlo respirar desaparece.

Es muy delicado hablar de defectos absolutos en el vino, ya que muchos vinos pueden tener una nota más elevada de la media en algún parámetro como puede ser el acético y no necesariamente es un vino defectuoso ya que son vinos más personales y arriesgados pero poseedores de gran personalidad.

Mayoritariamente solo encontramos dos defectos en vinos comercializados, el TCA o el conocido como aroma a corcho, que es un olor que nos recuerda a humedad o a cartón mojado, que suele ser transmitido por una enfermedad de algunos corchos naturales y el olor oxidado de vinos que lleven tiempo abiertos y hayan perdido sus cualidades.

Carteles:

EL OLOR EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD.

(Adolfo Toledano)

“Quien gobierna el olor gobierna el corazón de los hombres”. Patrick Süskind

La relación entre los olores y la enfermedad es tan antigua como la medicina. La relación entre olores malsanos de determinados ambientes y el desarrollo de algunas enfermedades en la población expuesta a estos olores hizo pensar a los clásicos en la etiología olorosa de algunas enfermedades. Asimismo, la enfermedad “per se” es olorosa, siendo indicativa de alguna patología específica. Con todo esto, se construyó una relación estrecha entre la nariz y el interior del organismo, entre el olor y la enfermedad. El olor podía enfermar, evidenciaba enfermedad y, además, podía curar.

LOS MALOS OLORES COMO MANIFESTACIÓN DE LA ENFERMEDAD

Para los clásicos griegos, el aire malsano, evidenciado por el mal olor, era el responsable de la enfermedad al alterar los humores del organismo. Estos “humores alterados”, estos “malos humores”, debían ser eliminados por el propio organismo, en un intento de conseguir la curación. Según Hipócrates: “la invasión del mal puede evidenciarse mediante la pérdida del olor de salud y la aparición de un olor morbífico”. Vamos, que la enfermedad que se eliminaba del organismo olía y el olor señalaba enfermedad. En sus Epidemias comenta: “los niños a quienes se les hacen llagas en los oídos y el humor es fétido pero le purga por las orejas, no padecen alferecía”. Es decir, que el mal humor, el humor fétido, la fetidez, si se expulsaba, no producía complicaciones, si no que favorecía la evolución natural a la curación del proceso patológico. Avicena observó también que el olor de la orina cambiaba en relación con muchas enfermedades.

El olor continúa siendo una de las manifestaciones más importantes de determinados procesos patológicos: el olor afrutado de la orina del diabético; el olor a acetona de los vómitos o la orina del cetonémico; los vómitos estercoráceos de la obstrucción intestinal; la halitosis pútrida de las necrosis o algunas infecciones del aparato respiratorio; la halitosis propia de determinadas afecciones del aparato digestivo tales como la piorrea o los divertículos esofágicos; la cacosmia de la ocena o de los cuerpos extraños de las fosas nasales, el olor rancio del pus de la infección por cocos comunes; el olor mohoso y húmedo de la infección por Pseudomona.

EL OLOR COMO TRATAMIENTO DE LA ENFERMEDAD

El olor y la enfermedad siempre estuvieron estrechamente unidos. Por ello, tradicionalmente también, se utilizó el perfume como elemento terapéutico de primer orden.

Hipócrates recomendaba con frecuencia las fumigaciones odorantes: para ello parece ser que utilizaban una vasija herméticamente cerrada y cubierta en su parte superior por un lienzo por el que se hacía pasar un tubo que conducía los vapores medicinales hasta la boca abierta del enfermo. Uno de los más utilizados era el vino de mirra, símbolo de lo aromático e imputrescible, según la mitología griega.

Avicena usaba, para sus tratamientos, substancias fuertemente perfumadas, como el agua de rosas, el sándalo, el alcanfor, los sahumerios de madera de áloe, el ámbar gris, el incienso, el almizcle, el asafétida, el cavo o el almendro que “secaban el aire para evitar su pestilencia y putrefacción.

En algunas ocasiones se utilizaba incluso el propio “miasma putrefacto” para sanar. Así, en China, desde el siglo X, se practicaba la insuflación en la cavidad nasal de polvo de costras de viruelas como práctica preventiva. Esta insuflación profiláctica se ha seguido realizando todavía hasta el siglo XX, verdadero precursor de las actuales vacunas.

Callejón de los malos olores
Información facilitada por Museo de los Aromas. Derechos reservados.