Frank Gehry, al seleccionar el revestimiento del Museo Guggenheim de Bilbao, se inspiró en las plumas y escamas que se encuentran en varios animales. Observó su disposición y su capacidad para permitir el movimiento, un tema que le fascina en relación con los sistemas naturales que cubren superficies curvas, similares a las del museo. Gehry optó por utilizar "escamas" rígidas dispuestas en capas superpuestas. La distinción clave entre el revestimiento del museo y la piel de los animales radica en que la piel de estos últimos está adaptada para el movimiento, mientras que la del edificio no lo está, lo que resulta en sistemas de cubrimiento diferentes.
Desde el principio, Gehry deseaba que estos componentes fueran metálicos y evaluó diversas opciones que involucraban una variedad de materiales. Descartó el uso de acero inoxidable debido a su percepción de que no se integraría con el cielo de Bilbao. También rechazó la idea de utilizar cobre u otros metales. Finalmente, se inclinó por emplear piezas de titanio, un material relativamente costoso en comparación con los materiales más asequibles utilizados en sus obras anteriores. La aleación final se compone principalmente de titanio, con una proporción significativamente mayor de este metal en la mezcla. Las piezas son láminas extremadamente delgadas, con un grosor de aproximadamente un tercio de milímetro, lo que les permite adaptarse perfectamente a las curvas del edificio.
Cada una de estas piezas posee una forma única y específica según su ubicación, y estas formas precisas fueron determinadas a través del uso de CATIA. Además, cada pieza tiene un ligero acolchado para asegurar un ajuste perfecto en su lugar, un proceso conocido como "boatiné". En algunas áreas de las fachadas, se pueden encontrar parches formados por conjuntos de chapas con colores ligeramente diferentes debido a las variaciones en la aleación metálica presente en cada pieza. También se observan chorretones en ciertas fachadas, particularmente en las orientadas al norte. Estos chorretones se originan a raíz de una reacción química entre las chapas, la humedad ambiental y los ganchos que sujetan las piezas, los cuales no están hechos de titanio. Esta reacción da lugar a pares galvánicos y se manifiesta como chorretones que afectan la estética del edificio.