La construcción del Teatro Romano de Mérida se planificó junto con el anfiteatro vecino durante la fundación de la ciudad romana de Augusta Emerita. Esta dualidad de estructuras respondía a la necesidad de dotar a la nueva colonia de los elementos típicos de la vida urbana romana, necesarios para promover la romanización de los habitantes locales. El proyecto fue financiado por el cónsul Marco Vipsanio Agripa, quien ostentaba el título de patronus coloniae y cuyo apoyo fue crucial para que la obra se inaugurase entre los años 16 y 15 a.C., como lo confirman varias inscripciones encontradas en el lugar.
Los teatros, junto con los anfiteatros y circos, eran esenciales en cualquier colonia romana, ya que servían no solo como centros de entretenimiento, sino también como herramientas políticas y culturales. Aunque el pueblo romano solía preferir las carreras de carros en el circo y los combates de gladiadores en el anfiteatro, los teatros desempeñaban un papel crucial en la difusión de la ideología romana. Estos monumentales edificios, con su arquitectura y decoración opulenta, eran una muestra tangible de la grandeza de Roma y servían como plataformas para la propaganda política y cultural. A través de las obras representadas y los discursos pronunciados desde su escenario, se promovían los valores romanos y se fortalecía la autoridad del imperio.
El teatro de Mérida, a lo largo de su historia, experimentó varias renovaciones. La más significativa de estas tuvo lugar en el siglo I d.C., durante el periodo de la dinastía Julio-Claudia o la posterior dinastía Flavia, cuando se construyó el actual frente escénico, un impresionante fondo arquitectónico que ha sobrevivido hasta nuestros días. Posteriormente, entre los años 333 y 337, durante el reinado de Constantino I, se realizaron más reformas que incluyeron la mejora de la vía que rodea el edificio.
Sin embargo, la llegada del cristianismo como religión oficial del Imperio en el siglo IV d.C. llevó al declive de las representaciones teatrales, consideradas inmorales por la nueva doctrina. Como resultado, el teatro fue gradualmente abandonado y, con el tiempo, algunas de sus estructuras se derrumbaron mientras que otras quedaron sepultadas bajo capas de tierra. Durante siglos, solo las partes superiores del graderío permanecieron visibles. Estas estructuras, con sus bóvedas de acceso colapsadas, se asemejaban a grandes tronos, lo que llevó a los habitantes locales a llamarlas "Las Siete Sillas". Según la leyenda, estos asientos eran el lugar donde se sentaban siete reyes moros para deliberar sobre el futuro de la ciudad.
Hoy en día, el Teatro Romano de Mérida no solo es un tesoro arqueológico que refleja la magnificencia de la Antigua Roma, sino que también sigue siendo un símbolo de la rica herencia cultural de Mérida y un vibrante escenario para el Festival Internacional de Teatro Clásico, que conecta la historia con el presente.