La idílica Aldea de la Reina, también conocida como hameau de la Reine en francés, se alza como un tranquilo rincón dentro de los dominios del Palacio de Versalles, específicamente vinculada al encantador enclave del Pequeño Trianón. Fue en el invierno de 1782 a 1783 cuando María Antonieta, en su anhelo de escapar del ambiente opresivo y protocolario de la corte, decidió encomendar la construcción de esta aldea campestre. Inspirada por las ideas de Rousseau y su idealización de la vida rural, la reina anhelaba un refugio donde poder experimentar una existencia más sencilla y cercana a la naturaleza, liberada temporalmente de las responsabilidades de su cargo.
Richard Mique, el hábil arquitecto a cargo de este proyecto, se inspiró en la pintoresca arquitectura normanda y flamenca, así como en los grabados del talentoso artista Hubert Robert, para erigir doce encantadoras cabañas de madera alrededor de un apacible estanque central. Este estanque, hábitat de carpas y lucios, añadía una atmósfera de serenidad al conjunto, que también funcionaba como explotación agrícola. Cada estructura, desde la granja hasta el molino y la casa del guarda, estaba cuidadosamente diseñada para fusionarse con el entorno natural y ofrecer a la reina y sus allegados un retiro bucólico.
Después de la Revolución Francesa, la aldea cayó en desuso y fue sometida a tres restauraciones importantes a lo largo de los años. La primera, durante el reinado de Napoleón, sentó las bases de la aldea tal como la conocemos hoy. La segunda, gracias al mecenazgo de John Rockefeller Jr. en los años 30, y la tercera, liderada por Pierre-André Lablaude en los años 90, restauraron su esplendor original. En 2006, finalmente, la Aldea de la Reina fue abierta al público como parte de los Domains de María Antonieta, permitiendo a los visitantes sumergirse en el encanto y la historia de este singular refugio real.
Desde su inicio como un regalo de Luis XVI a María Antonieta poco después de su ascenso al trono, hasta su evolución a lo largo de los siglos, la Aldea de la Reina ha sido testigo de la belleza y la intriga de la vida cortesana, dejando un legado perdurable como un lugar de ensueño donde la realeza pudo escapar, aunque brevemente, de las presiones y formalidades de su época.