De los diferentes autorretratos que Mateos realizó, este de 1967 es el último y el que mejor sintetiza en sus rasgos la personalidad del escultor. Su determinación y su fuerte carácter, apasionado y fiel a sí mismo, que no entiende las medias tintas, quedan plasmadas en ese gesto duro, serio y en el que su mirada nos lleva a zonas de íntimo anhelo.
El tratamiento expresionista se concreta en algunos rasgos más o menos exagerados y esquematizados: el ángulo de las cejas; las arrugas de la frente resumidas en una línea; el volumen de la barbilla, casi una voluta; o el del pelo con un volumen muy marcado... todos evidencian el alejamiento de la figuración realista y la reivindicación de la visión subjetiva del artista, su primacía frente al modelo natural.
Es en este autorretrato consigue imprimir un duro carácter geométrico y lineal al busto, características que definirán la obra de madurez que está a punto de llegar, cuando ese expresionismo derive en análisis constructivo.