En la escultura de Mateos, esta pieza de 1968 titulada “El Guerrero”, es la obra de transición entre la figuración que ha desarrollado hasta ahora, y la obra abstracta que vendrá.
En ella se plasma el abandono de la forma orgánica y la preferencia por la forma geométrica. Ángel Mateos realiza un ejercicio de esquematización de la forma, donde la figura humana se traduce en rotundos volúmenes geométricos de duras aristas ya todas líneas rectas. Con ello Mateos se sitúa en el ámbito de la representación cubista.
Pero no es encasillarse lo que el escultor anhela precisamente, aunque sí ve en esta obra un camino a seguir. La rotundidad de los volúmenes le lleva a olvidarse de la figura representada, y a percibir el conjunto como pura construcción volumétrica. Intuye que puede prescindir del referente y hacer una escultura propia.
Concibe entonces la idea de que el arte ha de tener una intención trascendental, donde la obra de arte tiene que ser representativa de su tiempo.
Esta obra abre el camino a la obra de madurez de Ángel Mateos, en la que el material que empleará, el hormigón encofrado, será determinante.